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En tu ojo está el secreto de tus antojos de azúcar

Lee el artículo hasta el final y toma tu smartphone para realizar un experimento.

En 1967, un profesor de psicología de la Universidad de Chicago, Eckhard Hess, hizo un descubrimiento sorprendente que fue, y sigue siendo hoy, un verdadero golpe al conformismo de la psicología tradicional. Este descubrimiento, además de su sorprendente belleza, nos interesa particularmente porque aporta más peso a la teoría del vínculo personalizado a través de la sexualidad cara a cara, explicando por qué, salvo el bonobo, el ser humano es el único animal que hace el amor de frente. Hess sabía que la pupila del ojo humano sirve para regular la luz, y que todos poseemos un reflejo que contrae la pupila ante el sol y la dilata en la penumbra. Pero lo que nadie sabía, y que él descubrió por casualidad, es que la pupila tenía otra función, ya que, con la misma luz, mostraba variaciones significativas de diámetro. Hess planteó la hipótesis de que nuestra pupila se abría o se cerraba según la atracción o repulsión que sentimos hacia el objeto o la persona que mirábamos. Esta hipótesis fue escandalosa en el contexto estadounidense de la época, donde toda la psicología estaba impregnada de dogmas culturalistas. ¿Cómo podía existir una atracción o repulsión refleja sin haber analizado lógica y racionalmente las razones que nos llevaban a ella? Proponer tal hipótesis podía ponerlo al margen de la comunidad científica. Por ello, Hess fue prudente y se sometió a experimentos muy rigurosos. Trabajó con estudiantes de ambos sexos, a quienes mostró sucesivamente una gran cantidad de fotografías de objetos, personas y situaciones de todo tipo. Al mismo tiempo, midió con extrema precisión cualquier cambio en sus pupilas. Los resultados fueron contundentes y confirmaron sin ambigüedad la atrevida hipótesis inicial.

La pupila de los estudiantes masculinos no se modificaba ante fotos de monumentos, paisajes u objetos sin significado emocional particular. En cambio, una foto de una mujer desnuda, colocada entre las demás, provocaba una rápida dilatación. Una foto de un hombre desnudo, en cambio, dejaba el ojo indiferente.

La pupila de las estudiantes reaccionaba de manera muy diferente. Se dilataba poderosamente ante dos tipos de estímulos: fotos de hombres atléticos desnudos y fotos de bebés sonrientes, incluso en estudiantes que nunca habían tenido hijos. Era curioso notar que el sexo masculino no reaccionaba ante la vista del bebé.

Este reflejo pupilar emocional y afectivo, completamente inconsciente, confirmaba habilidades instintivas profundas, como el instinto sexual o un primer indicio de instinto maternal. Esto fue muy mal recibido, y se intentó ocultar estos escandalosos experimentos. Sin embargo, Eckhard Hess los confirmó, profundizó su reflexión y escribió un libro dedicado a sus trabajos, que ofreció al público bajo el título: Las historias que nos cuenta el ojo. Este libro ofrece una segunda revelación aún más sorprendente que la primera, y explica la función y el papel de este reflejo en la comunicación y la sexualidad humana, lo que nos interesa enormemente. Cuando una mujer ve a un hombre que le gusta y le atrae, sus pupilas se dilatan. Esto ya ha sido probado. Pero lo novedoso es que, frente a ella, este hombre percibirá la dilatación de sus pupilas, de manera totalmente inconsciente (y esta es la definición misma del “desencadenante instintivo” de Konrad Lorenz). Esta percepción envía un mensaje a su cerebro arcaico que su mente consciente no puede comprender. Al buscar en vano la razón de su emoción, pensará, como todos nosotros alguna vez hemos pensado o escuchado: “tiene algo perturbador en la mirada”. Lo que demuestra, si aún fuera necesario, que no sabemos exactamente qué.

Hess probó esta segunda parte de la comunicación usando dos fotos idénticas del rostro de una mujer, una de ellas retocada para agrandar ligeramente la pupila. Aunque la modificación era imperceptible, fue suficiente para que una proporción significativa de hombres prefiriera la foto retocada. Finalmente, Hess aportó su última revelación: el hombre que percibe inconscientemente esta modificación y siente la emoción también reaccionará dilatando sus propias pupilas. El ciclo de la comunicación se cerraba: explicaba, sin ambigüedad, el papel fundamental de la mirada en el cara a cara sexual. Ahora comprendemos muchas cosas que antes nos parecían mágicas o inexplicables.

La belleza de la mirada de una mujer está en parte relacionada con la recepción inconsciente que nos ofrece. Esto explica, quizá, y es una hipótesis personal, por qué los ojos claros (azules, verdes o avellana) suelen ser más apreciados que los ojos oscuros (negros o marrón). La pupila, siempre de un negro intenso, contrasta fuertemente sobre un iris muy claro. Cualquier mínima modificación se detecta a distancia. El ojo de iris oscuro tiene menos ventaja y su belleza probablemente se valorará menos, ya que “no anuncia el color”. Pero, como se ha dicho desde el amanecer de las civilizaciones, lo que pierde en belleza lo gana en misterio y profundidad, y esta afirmación se confirma: el ojo oscuro, con bajo contraste, no revela sus primeras impresiones con facilidad. Esto explica probablemente por qué, durante mucho tiempo, las cortesanas modificaban su mirada usando gotas de belladona, potente dilatador pupilar. Mejoraban así su poder de seducción, compensando la visión borrosa resultante, lo que a menudo resultaba providencial. Esto probablemente también explica la inquietante ambigüedad de la mirada de los grandes consumidores de heroína, cuya dilatación pupilar es intensa y permanente, llegando a la exageración y haciéndose perceptible. Finalmente, es conocido que los comerciantes de jade chinos leen en las pupilas los precios que ofrecen a sus clientes, y que los mercaderes turcos siempre usan gafas oscuras al comprar alfombras para no revelar ninguna intención.

En conclusión, este pequeño reflejo pupilar nos dice mucho sobre la extensión de nuestra programación. La comunicación a través de las pupilas permite saber en qué estado de receptividad se encuentra nuestra antigua pareja o nuestra nueva conquista. Ningún mono posee esta maravilla, y esto nos demuestra una vez más que, si nos hemos erguido y hacemos el amor cara a cara, es precisamente para saber con quién lo hacemos y permanecer con quien más nos satisfaga.

Los trabajos del profesor Eckhard Hess me impresionaron profundamente porque muestran cuánto descuidamos la profundidad de nuestra programación, que afortunadamente sigue guiando nuestro camino sin que seamos conscientes. Si el sexo es el motor de la supervivencia de la especie, la alimentación es el motor de nuestra supervivencia individual.

He trabajado empíricamente sobre la relación entre el consumo de carbohidratos rápidos y la pupila, y he constatado una relación significativa entre el picoteo emocional y la señal pupilar. Si esto se confirma, el seguimiento de la pupila podría ayudarnos a entender y manejar el entorno emocional del impulso de picar entre comidas.

Si esto les interesa y quieren participar, ayúdenme a recolectar un número suficiente de fotos de pupilas para verificar la pertinencia de la hipótesis. ¿Cómo hacerlo? Muy sencillo: tomen con su smartphone dos fotos de su pupila, una por la mañana, al menos una hora después del desayuno, y otra durante una experiencia de picoteo urgente. Elijan la pupila del lado neurológicamente dominante (ojo derecho si son diestros) y publiquen la foto en Facebook. Les prometo mantenerlos informados sobre los resultados.

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