Recuperar peso después de una dieta es un fenómeno más que normal, porque nuestro cuerpo pertenece a una especie que nació hace 200.000 años, en una época en la que alimentarse era prácticamente la principal preocupación de nuestros ancestros. Se estima que un ser humano de la prehistoria o que viviera en condiciones naturales, lejos de la civilización, debía dedicar unas 6 horas de su día a conseguir alimento.
Esta programación transmitida por la genética no ha cambiado, mientras que hoy podemos comer tan fácilmente tantos alimentos para los que no estamos diseñados (alimentos ricos en carbohidratos procesados por la industria, pan de molde industrial, corn flakes, purés de papa deshidratados, azúcar blanco extraído industrialmente de la remolacha, etc.).
Por eso engordamos muy fácilmente y, cuando queremos adelgazar, el cuerpo resiste porque está programado para tratar la grasa de reserva como un combustible de supervivencia.
Cuando logran adelgazar y si abandonan la dieta para volver inmediatamente a sus hábitos antiguos, el cuerpo se convierte en un imán para las calorías y las absorbe con verdadera frenesí. Recuperarán peso inevitablemente, salvo que conozcan esta regla de fisiología y sigan la fase de consolidación de mi dieta y luego la de estabilización, para que el cuerpo acepte progresivamente este nuevo peso.
En mis 40 años de experiencia, nunca he encontrado a alguien que, mirándome a los ojos, me diga que siguió correctamente mi dieta y sus cuatro fases sin haber adelgazado y conservado el peso perdido. En cambio, todos los que la hacen mal y olvidan las dos últimas fases recuperan un poco, mucho o incluso todo el peso perdido.
Una buena dieta es aquella en la que se aprende a adelgazar, donde se adquieren hábitos o, mejor aún, reflejos. Con ese espíritu creé mi método con su fase de ataque, breve pero extremadamente eficaz; su fase de crucero con la alternancia de proteínas puras y proteínas + vegetales; su fase de consolidación, que constituye un dique infranqueable de 10 días por kilo perdido; y, finalmente, la fase de estabilización definitiva, con su jueves de proteínas, sus 20 minutos de caminata, el no rechazar escaleras y, por último, las tres cucharadas soperas de salvado de avena.